RD mantiene crecimiento sólido pero debe enfrentar vulnerabilidades por dependencia energética y ciclos globales.
Santo Domingo.– El mundo atraviesa una transformación estructural que pone fin al modelo económico que rigió desde el final de la Segunda Guerra Mundial.
La combinación simultánea de crisis monetarias, tensiones geopolíticas, desequilibrios tecnológicos, burbujas financieras y agotamiento demográfico coloca a la humanidad frente a un cambio de época.
Durante décadas, dirigentes políticos, analistas optimistas y economistas ideologizados insistieron en que los bancos centrales podían imprimir dinero sin consecuencias, que la tecnología resolvería los problemas estructurales y que el crecimiento infinito era posible.
Esa fantasía ha terminado. El sistema está entrando en un período de reajuste severo, doloroso e inevitable.
Japón fue, durante más de treinta años, la fuente de liquidez más grande del planeta. Su política de tasas cercanas a cero permitió que fondos, bancos y gobiernos de todo el mundo se financiaran prácticamente gratis. Con un bono a diez años que ahora supera el 1,75%, ese país envía una señal clara: el ciclo ha concluido. El fin de la “imprenta japonesa” altera todas las estructuras financieras globales.
Tokio no solo deja de comprar deuda estadounidense: comienza a venderla. Es un giro histórico. Su deuda pública, equivalente al 263% del PIB, obliga a subir tasas. Esa subida destruye el modelo de financiación gratuita que alimentaba hipotecas, fondos de pensiones, mercados emergentes y deuda soberana en medio mundo. Peor aún: el carry trade del yen —1,2 billones prestados en yenes para invertir en criptoactivos, emergentes y derivados— empieza a deshacerse violentamente. El mundo había construido una montaña económica sobre un piso japonés que ya no existe.
La naturaleza cíclica del capitalismo siempre implicó crecimiento seguido de ajustes. Pero durante veinte años, los bancos centrales occidentales distorsionaron ese proceso: abarataron el dinero de forma artificial y crearon un ecosistema de empresas zombis, inversiones de alto riesgo y políticas fiscales irresponsables.
Hoy, con la normalización monetaria, todo ese universo colapsa. Las burbujas tecnológicas, especialmente las vinculadas a la inteligencia artificial, se inflaron bajo la misma lógica. Mientras las grandes tecnológicas multiplicaban su valor sin fundamentos reales, se ocultaba que la liquidez que alimentaba esa escalada provenía del dinero fácil.
El crédito privado desregulado añadió combustible al fuego: préstamos sin supervisión, fondos opacos y sistemas paralelos al bancario tradicional crearon una fragilidad que recuerda, pero supera, a la crisis de 2008.
Japón ya no compra bonos del Tesoro; China se ha retirado; Arabia Saudita diversifica hacia Asia. En este contexto, el debate económico en Washington se vuelve surrealista.
Mientras Paul Krugman escribe columnas atrapadas en el sesgo partidista contra Donald Trump, la realidad se impone: el país depende cada vez más de financiarse a tasas altas, lo que estrangula la economía.
Sin embargo, mientras los críticos se pierden en discusiones ideológicas, Arabia Saudita anuncia en la Casa Blanca un trillón de dólares en inversiones. Los hechos contradicen la narrativa académica: el mundo se mueve hacia quien ofrece estabilidad, no retórica.
Europa ya no es el motor económico que fue en el siglo XX. Su proceso de desindustrialización, la dependencia energética, el endeudamiento excesivo y la crisis migratoria han corroído su estructura interna.
Tres de sus principales economías —Italia, España y Francia— padecen desequilibrios fiscales difíciles de revertir. En este contexto, la subida de tasas iniciada por el Banco Central Europeo no es una simple medida monetaria: es un golpe directo a países que dependen del financiamiento barato.
Europa necesita estabilidad externa, pero el retiro de liquidez japonesa, la contracción financiera estadounidense y la incertidumbre geopolítica dejan al continente en una posición de extrema vulnerabilidad.
En medio de esta tormenta, la República Dominicana mantiene ventajas comparativas importantes: un crecimiento sólido, un sector privado dinámico, turismo en niveles récord y un sistema político que, con todos sus defectos, conserva estabilidad.
La dependencia energética, la necesidad de financiamiento externo, la presión migratoria haitiana, la exposición al dólar y la sensibilidad a los ciclos globales hacen que la prudencia sea indispensable. La República Dominicana ha demostrado resiliencia histórica, pero la nueva fase económica mundial exigirá decisiones firmes, disciplina fiscal y liderazgo capaz de anticiparse a los cambios.
La historia económica demuestra que ningún modelo puede desafiar indefinidamente las leyes fundamentales del valor, la producción y la responsabilidad fiscal.