La guerra contra las drogas

El narcotráfico ha cambiado con el tiempo, incorporando nuevas drogas y desafíos para la seguridad regional.

Santo Domingo.– En una declaración dada a la prensa el 17 de junio de 1971 luego de reunirse con líderes del Congreso de Estados Unidos, el entonces presidente Richard Nixon proclamó que “el enemigo público número uno” de ese país era el abuso de las drogas, por lo que era necesario “lanzar una nueva ofensiva total” para lidiar con “los problemas de las fuentes de suministro”.

De este discurso se acuñó la frase “the war on drugs” (la guerra contra las drogas), aunque en realidad esta no aparece en el texto de su declaración.

En esa ocasión, el presidente Nixon anunció que había solicitado al liderazgo congresual la autoridad y los recursos financieros para emprender esa ofensiva.

Historia política de la guerra antidrogas en Estados Unidos

Los presidentes que le sucedieron continuaron por el camino trazado por el presidente Nixon, especialmente Ronald Reagan, quien promovió leyes que endurecieron las penas, y Georges H. W. Busch, exdirector de la CIA, en cuyo mandato creó una oficina en la propia Casa Blanca para enfrentar ese problema que se llamó Oficina para la Política Nacional de Control de Drogas (Office of National Drug Control Policy), a cuyo jefe se le conocía como el “zar antidrogas”.

Los demás presidentes continuaron la misma línea de corte represivo, aunque con alguna matización en los gobiernos del Partido Demócrata.

    Nixon tuvo que enfrentar el aumento súbito del uso de la marihuana y la heroína en el contexto de los tumultuosos años de finales de los sesenta y principios de los setenta, mientras que otros presidentes se encontraron más tarde con el fenómeno de la cocaína y la estructuración de los carteles de las drogas, el más famoso de los cuales en los años ochenta y principios de los noventa fue el Cartel de Medellín encabezado por Pablo Escobar, quien fue asesinado por las fuerzas de seguridad colombianas en diciembre de 1993 durante la presidencia de César Gaviria.

    En tiempos más recientes, se han agregado los opioides y el fentanilo, drogas que han hecho estragos en importantes segmentos de la población estadounidense tanto en la zona urbana como rural.

    Uso militar en combate a drogas en Venezuela y sus implicaciones

    La guerra contra las drogas ha continuado durante todos estos años, pero el problema, en lugar de mejorar, se ha agravado. En este contexto, el presidente Donald Trump ha decidido llevar a la práctica, literalmente hablando, “la guerra contra las drogas”, al decidir usar la fuerza militar para atacar embarcaciones que salen de las costas de Venezuela para transportar drogas -según se alega- a Estados Unidos con el apoyo -según también se alega- del gobierno de ese país.

    Se estima que en esas operaciones han fallecido alrededor de ochenta personas. En realidad, no se sabe todavía quiénes ocupaban esas embarcaciones y si, efectivamente, llevaban drogas con destino a Estados Unidos.

      En cualquier caso, vale la pena preguntarse si el enfoque militar en el combate a la producción y al tráfico de drogas podrá triunfar donde otros enfoques han fracasado. Si se asume que esta es la estrategia correcta, entonces Estados Unidos tendrá que plantearse la necesidad de llevar a cabo despliegues o ataques militares hacia Colombia, Perú, Ecuador y México, lugares que, sin duda, son fuentes de producción y tráfico de drogas.

      Lo mismo puede decirse de China, país donde se origina gran parte de la sustancia para fabricar el fentanilo. ¿Sería sostenible para Estados Unidos expandir su acción militar hacia esos países sin encontrar una variedad de nuevos problemas?

      No se puede caer en la ingenuidad de pensar que el problema de las drogas es sólo de consumo y que, por tanto, la solución está en que Estados Unidos y otros países desarrollados se ocupen de reducir la demanda para que el problema vaya desapareciendo.

      Tampoco es realista pensar, como lo hacen algunos libertarios, que la solución está en legalizar las drogas y dejar que sea la ley de la oferta y la demanda la que rija el mercado como si se tratase de unas mercancías más y no de productos que destruyen física, mental y emocionalmente a los seres humanos.

        Por otra parte, sin embargo, resulta también desacertado pensar que el problema sólo está en el lado de la producción y el tráfico de drogas.

        Si bien hay que reconocer que no existe fórmula alguna que haya probado ser la solución a este flagelo, hay que insistir en un enfoque integral que abarque tanto las políticas de combate a la producción y al tráfico de drogas como las políticas para reducir el consumo de drogas.

        Este enfoque implica también ponderar otros aspectos, como el tráfico de armas, por ejemplo, que le da una capacidad de acción a los carteles de la droga ante la cual los Estados se encuentran muchas veces en posición desventajosa.

        También hay que ponderar los sistemas formales e informales que permiten el manejo y la circulación de los recursos que genera esta actividad ilícita.


          Este enfoque multidimensional requiere sistemas de justicia fuertes y efectivos, cooperación interestatal en materia de inteligencia, al igual que un tratamiento objetivo de estas cuestiones más allá de las diferencias ideológicas entre gobiernos y líderes políticos.

          Si bien el enfoque militar puede parecer efectivo momentáneamente por su efecto atemorizador o deslumbrante, se verá que, tarde o temprano, esta estrategia no dará los resultados que esperan sus promotores.

          Al contrario, es muy probable que resulte en un gasto excesivo e ineficiente de recursos, que cause desestabilización política en algunos países y socave la confianza de actores clave en este gran esfuerzo de combatir la producción, el tráfico y el consumo de drogas, todo lo cual, paradójicamente, puede terminar beneficiando a quienes precisamente hay que combatir.