Apocalípticos e integrados ante la inteligencia artificial

La Unión Europea lidera esfuerzos regulatorios para equilibrar innovación y protección frente a la inteligencia artificial.

Santo Domingo.– Célebre es la distinción propuesta en 1964 por Umberto Eco entre los intelectuales “apocalípticos”, que critican la cultura de masas, y los “integrados”, sus apologistas.

Para los apocalípticos, el desarrollo capitalista industrial, con su forma de producción serializada y estandarizada y con la alienación de las masas, trae aparejado un empobrecimiento de la cultura, convertida en pura mercancía.

Visión apocalíptica e integrada de la inteligencia artificial

En contraste, los integrados adoptan una visión optimista de la cultura de masas en la medida en que esta contribuye a la democratización de la cultura, llevando la cultura de la minoría de las elites a los grandes públicos de la mayoría y cumpliendo los nuevos medios de comunicación del siglo XX (cine, radio, televisión) el mismo rol de expansión de la cultura que la imprenta en el siglo XV.

La verdad parecería estar en el justo medio entre estas dos visiones claramente antagónicas.

La perspectiva apocalíptica acierta en tanto la cultura de masas está subordinada en gran medida al mercado y a los intereses oligopólicos que dominan los medios globales y masivos de comunicación.

La visión integrada lleva razón pues la cultura de masas ha permitido la popularización de las expresiones artísticas y culturales antes limitadas, en su producción y disfrute, a un muy reducido sector de la sociedad. El justo medio, según Eco, radicaría en someter a crítica permanente tanto a la cultura de las élites como a la cultura popular.

Algunos autores que han analizado el fenómeno de la inteligencia artificial (IA) ya han aplicado la distinción de Eco al mismo. Bajo este prisma, pensadores como Yuval Noah Harari y Nick Bostrom aparecen como apocalípticos, al ellos advertir sobre los riesgos existenciales que provocaría la IA y que van desde la atrofia intelectual y el desempleo masivo y estructural hasta incluso la extinción de la humanidad.

En contraste, figuras como Andrew Ng, creador de Cursera y Sam Altman de OpenAI y padre de ChatGPT, serían integrados que ven a la IA no solo como el destino manifiesto, deseable e inevitable de la humanidad sino como su verdadera salvación.

Regulación y desafíos de la inteligencia artificial

Una postura moderada frente a la IA, si bien admite los riesgos que ella presenta -fomento de los fraudes, la desinformación y la pérdida de privacidad, por solo citar tres ejemplos-, resalta la radical democratización del conocimiento que esta herramienta produce, lo que no implica abstenerse de regularla adecuadamente, como muestran los esfuerzos de la Unión Europea, líder regulatorio mundial en IA, cuestionados por los intereses de los Big Tech de Estados Unidos.

Pero el terreno de la IA es cambiante e incierto.

Sin postular un escenario terrorífico como el de Skynet en la película Terminator ni considerarla panacea para todo, reconozcamos que nos falta muchísimo por aprender sobre la IA para poder regularla adecuadamente.

    Especialistas y legos, frente a la IA, solo deberían exclamar humildemente, como Sócrates, “solo sé que no sé nada".

    Y es que la IA es tan reciente que, como diría García Márquez en Cien años de soledad, muchas de sus cosas carecen de nombre y apenas podemos “señalarlas con el dedo”.

    Sin embargo, esto no nos debe llevar a la impotencia, pues, parafraseando a Tocqueville en La democracia en América, al no poder nombrarlas debemos al menos intentar definirlas, para así, como proponía Eco, criticarlas.