Donald Trump y el retorno del realismo político en República Dominicana
La victoria de Donald Trump reflejó una reacción política ante el declive cultural y moral del progresismo occidental.
Actualizado: 17 de Diciembre, 2025, 07:28 AM
Publicado: 17 de Diciembre, 2025, 11:22 AM
Santo Domingo.– 2013: Las primeras grietas visibles del orden occidental.
A mediados de 2013, la República Dominicana volvió inesperadamente al centro de la atención internacional por hechos que, más allá de su carácter coyuntural, revelaban tensiones profundas en el orden moral y político de Occidente.
El primer país de América evangelizado por la cruz de Cristo aparecía ahora en los titulares no por su legado espiritual, sino por la denuncia contra el representante diplomático del Papa, el Nuncio Apostólico, acusado de una grave violación a la ley y a las buenas costumbres.
En un gesto de excepcional responsabilidad institucional, el Arzobispo de Santo Domingo, Primado de América, cardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez, entregó personalmente el caso al Papa Francisco en julio de 2013, meses antes de que el tema fuese expuesto por un programa televisivo internacional.
Casi simultáneamente, se anunciaba que el nuevo embajador de los Estados Unidos en la República Dominicana era un militante activo de la agenda LGBT. La sorpresa fue generalizada, especialmente en un país cuya Constitución define con claridad el matrimonio conforme a la ley natural y positiva como la unión entre un hombre y una mujer.
El contraste resultaba elocuente: ¿qué habría ocurrido si un embajador dominicano hubiese llegado a Washington promoviendo públicamente prácticas culturales ajenas y contrarias al orden legal estadounidense, como las peleas de gallos con espuelas de acero? El escándalo habría sido inmediato. Sin embargo, cuando la imposición cultural se produce desde el centro del poder global, se presenta como "derechos humanos".
Septiembre de 2013: presión internacional y vacío diplomático.
En septiembre de 2013 se produjeron dos hechos decisivos.
El primero fue la denuncia del Departamento de Trabajo de los Estados Unidos, que acusó a la República Dominicana de violar el DR-CAFTA, tolerando tráfico de personas, trabajo forzado y empleo infantil en los ingenios azucareros.
El segundo fue la Sentencia 168-13 del Tribunal Constitucional dominicano.
Más allá del contenido jurídico del fallo, la reacción internacional —especialmente desde Washington— marcó el inicio de un deterioro sistemático de la imagen del Estado dominicano.
Ese mismo mes, el canciller Carlos Morales Troncoso se retiró temporalmente por razones de salud. Durante semanas críticas, la Cancillería careció de dirección, iniciativa y orientación.
El Servicio Exterior quedó a la deriva, mientras crecían las narrativas que pretendían presentar al país como racista y violador de tratados internacionales.
Sentencia 168-13 y reacciones internacionales
Fue en ese contexto que, el 23 de octubre de 2013, el Papa Francisco saludó en la Plaza de San Pedro al presidente del Senado dominicano, Reynaldo Pared Pérez, y mencionó el tema de los llamados "desnacionalizados".
"Eso no es así, Santidad", respondió Pared Pérez.
Ante la ausencia absoluta de instrucciones oficiales, decidí preparar de inmediato un dossier explicativo para el Papa Francisco. El documento fue entregado oportunamente. El Papa fue así el primer jefe de Estado del mundo plenamente informado y documentado sobre el caso dominicano, y lo agradeció por escrito.
La paradoja fue evidente: la primera indicación oficial de la Cancillería llegó después de que el Papa ya estuviera informado.
No hubo pronunciamientos de la Santa Sede contra la República Dominicana. Sí los hubo, en cambio, desde el Departamento de Estado de los Estados Unidos.
2016: Europa y el vacío civilizatorio
Entre marzo y junio de 2016 publiqué desde Roma, en el Listín Diario, el artículo "El ISIS ocupa el hueco que creó la cristianofobia", luego reproducido con variaciones de título en otros medios.
Mientras el análisis dominante atribuía los atentados de París y Bruselas a fallas policiales o de inteligencia, sostuve que el problema era más profundo: el terrorismo se expande allí donde existe un vacío civilizatorio deliberadamente creado.
Europa había desmontado progresivamente sus fundamentos culturales y cristianos. Bajo el influjo de un liberalismo social radical —aliado paradójicamente con residuos del marxismo cultural y del anarquismo ideológico— se promovió el hedonismo, el individualismo y el nihilismo. Se retiraron crucifijos de las escuelas, se ridiculizó la tradición cristiana y se vació de sentido la identidad europea.
Crisis cultural en Europa y sus consecuencias
Advertí entonces que el miedo y la intimidación operan mejor allí donde no existen convicciones firmes. Una sociedad sin identidad es terreno fértil para cualquier ideología totalizante que prometa sentido, pertenencia y trascendencia.
Trump 2016: reacción política al colapso cultural
En este año, contra todos los pronósticos, Donald Trump ganó las elecciones presidenciales de Estados Unidos.
Su victoria no fue un accidente ni una anomalía, sino la reacción política de amplios sectores sociales ante el colapso cultural del progresismo occidental, la imposición ideológica desde las élites y la desconexión entre poder y pueblo.
Trump canalizó —con un estilo polémico, pero eficaz— el rechazo a la corrección política, al vaciamiento moral y a la pérdida de soberanía cultural. Fue el primer síntoma político visible de una reacción que muchos analistas se negaron a comprender.
De 2016 a 2024: la confirmación histórica
Nueve años después, lo que en 2016 parecía una advertencia incómoda se ha convertido en diagnóstico oficial.
Las posiciones expresadas por JD Vance, hoy vicepresidente de los Estados Unidos, y los lineamientos centrales de la National Security Strategy 2025, reconocen que el declive occidental no es solo económico o militar, sino cultural, moral y civilizatorio.
La estrategia estadounidense admite implícitamente que existen Estados fallidos dentro de Europa, no por ausencia de recursos, sino por pérdida de cohesión cultural, autoridad simbólica y valores compartidos.
Lo que hoy se expresa en lenguaje técnico —"resiliencia democrática", "cohesión social", "valores compartidos"— yo lo señalé en 2016 sin eufemismos: cristianismo, tradición y civilización europea.
2024: el retorno de Trump y del realismo.
La victoria de Donald Trump en 2024 cerró el ciclo iniciado en 2013.
No fue un retorno personal, sino el retorno del realismo político frente al colapso ideológico del progresismo global.
Occidente comprendió, tardíamente, que no hay seguridad sin identidad, ni democracia sin valores que la sostengan. El terrorismo no creó la crisis occidental; la explotó. Se insertó en una civilización cansada de sí misma, avergonzada de su historia y desconectada de sus raíces.
Releer lo escrito no es un ejercicio de vanidad ni de nostalgia. Es un acto de responsabilidad histórica.
Las advertencias ignoradas suelen regresar convertidas en crisis.
Occidente aún está a tiempo de decidir si reconstruye sus fundamentos o continúa deslizándose hacia una irrelevancia marcada por el miedo, la fragmentación y la pérdida de sentido.
En la República Dominicana la Política Exterior de los Estados Unidos con el Presidente Trump también ha retornado al realismo politico.
La historia, finalmente, ha hablado.


