Sacarse de la cabeza el marxismo recalentado

El artículo contrasta la adopción del marxismo en Cuba con la realidad dominicana y la evolución política española.

Santo Domingo.– A algunos hay que decírselo sin rodeos, sin eufemismos y sin complejos intelectuales: sáquense a Karl Marx de la cabeza. Ese señor no tuvo absolutamente nada que ver con la formación histórica del pueblo dominicano, ni con su desarrollo político, social, cultural o institucional.

La formación histórica dominicana y sus pilares

La República Dominicana no nació de Marx, ni se pensó con Marx, ni se organizó desde Marx. Nuestra historia tiene otros pilares y otros conflictos.

Se formó a partir de la herencia hispánica, del cristianismo como estructura moral y cultural, del campesinado libre, del municipalismo temprano, de las luchas por la soberanía, de la resistencia frente a las intervenciones extranjeras y de una tradición política propia, imperfecta pero real.

En ese proceso influyeron pensadores, líderes y corrientes muy distintas: desde Hostos hasta Juan Bosch, desde el liberalismo criollo hasta el realismo político de Balaguer. Marx nunca estuvo en esa ecuación.

    Juan Bosch dijo una vez que era marxista, y yo —más que nadie— sé por qué lo dijo y en qué circunstancias. Fue en marzo de 1975. Pero en ese mismo contexto aclaró de inmediato que no era comunista, y que su referencia al marxismo era instrumental, como método de análisis para estudiar la sociedad, no como dogma político ni como proyecto de poder.

    Su partido, el PLD, nunca fue marxista.

    Es más: los comunistas criollos de la época lo calificaban de fascista, es decir, de todo lo contrario. Ese solo hecho demuestra hasta qué punto las etiquetas ideológicas, cuando se usan sin rigor histórico, terminan convirtiéndose en caricaturas.

    Pretender interpretar la historia dominicana con categorías marxistas es, en el mejor de los casos, un error académico; y en el peor, una falsificación ideológica.

    Es aplicar un molde europeo del siglo XIX a una sociedad caribeña con una evolución completamente distinta, marcada por la pequeña propiedad rural, la religiosidad popular, el mestizaje cultural y una constante lucha por la supervivencia nacional.

    Comparación con Cuba y España sobre el marxismo

    Cuba es otro caso. Distinto.

    Allí sí se adoptó de manera consciente el marxismo como guía ideológica del Estado después de 1959. No fue un accidente ni una simple influencia intelectual: fue una decisión política deliberada. Incluso, de forma curiosa y documentada, un descendiente directo de Marx tuvo vínculos con la historia cubana, lo que reforzó ese simbolismo doctrinario y esa identificación casi mística con el marxismo.

    Pero lo verdaderamente importante no es la anécdota, sino el resultado histórico. Los cubanos terminaron enredados en esa majadería ideológica, atrapados durante décadas en un modelo importado, rígido y dogmático, que ignoró la realidad humana concreta.

    El saldo está a la vista: economía asfixiada, libertades anuladas, creatividad social reprimida y una diáspora masiva.

    España ofrece una lección histórica clara y verificable.

    El verdadero avance español de la etapa democrática no comenzó mientras el marxismo figuraba como dogma, sino cuando el Partido Socialista Obrero Español decidió abandonarlo oficialmente. En el Congreso de 1979, el PSOE rompió con la definición marxista que había mantenido durante décadas y optó por una socialdemocracia pragmática, institucional y compatible con la economía de mercado.

    Ese giro —impulsado por el liderazgo de Felipe González— permitió la modernización del Estado, la integración plena de España en Europa, la consolidación democrática, la expansión de la clase media y un crecimiento sostenido. España avanzó cuando dejó atrás el marxismo como catecismo y asumió la realidad, no cuando lo proclamaba como consigna.

    Qué curioso: en diciembre de 1989 estuve en Madrid con Juan Bosch, quien sostuvo una importante reunión con el presidente del Consejo de Ministros, Felipe González, y concedió entonces una entrevista elogiando explícitamente el modelo del PSOE no marxista. La historia, a veces, se encarga sola de poner las cosas en su sitio.

    Pretender hoy trasplantar esquemas marxistas a la República Dominicana, como si explicaran nuestra historia o como si ofrecieran una solución automática a nuestros problemas, no es pensamiento crítico. Es confusión intelectual, pereza histórica y desconocimiento profundo de lo que somos como nación.

      Cada pueblo tiene su proceso, sus contradicciones y sus respuestas.

      La historia dominicana debe pensarse desde la República Dominicana, no desde manuales ideológicos ajenos ni desde nostalgias revolucionarias importadas.