Fatalidad

La sociedad dominicana muestra poca indignación ante la corrupción, lo que perpetúa la impunidad y limita el desarrollo social.

Santo Domingo.– Distinto a la ciudad de la furia de Cerati, en Santo Domingo la luz del del sol casi nunca derrite las alas de las mentiras.

¡Cuánta nublazón!

A veces muchos creemos que el principal problema dominicano es un asunto de legalidad, cuya defectuosa aplicación genera corrupción e impunidad.

La falta de macana legal daña todo lo que podría quizás enderezarse si la sociedad tuviera la Justicia como un ideal indispensable. Sin embargo, por el acomodo de la contemporización y la anestesia colectiva tras siglos de condicionamiento, los dominicanos pocas veces acumulamos suficiente indignación o rabia para que nuestros políticos y demás jefes del orden público se atrevan a asumir las consecuencias de aplicar cabalmente el Código Penal. Cuentan con el cómplice silencio hipócrita de quienes esperan su turno o quienes ya se hicieron.

En su Historia del Derecho Dominicano, don Wenceslao Vega lúcidamente resalta -con otras palabras- que desde las leyes de Castilla y el derecho indiano hasta la presente post-modernidad, en Santo Domingo hemos tenido bellas y justas legislaciones, cuya letra pocas veces puede aplicarse por uno u otro imperativo social.

Desde mi momentánea lejanía invernal, veo por mi ventana un arbolado parque cubierto de blanquísima nieve; la gélida belleza estacional cumple una útil función social: acostumbra a la certeza del cambio y la inevitable e invencible primavera.

    La vista me provoca evocar que en la “bien amada patria” padecemos aún la cálida constancia e improbable fin de las impunidades, corrupciones, inconsecuencias y confusión del progreso económico con desarrollo social.

    Y la hipocresía… Es un triste sentimiento que me hace comprender y simpatizar con los emigrantes.

    Aunque regrese en enero