El falso comunismo se caracterizó por autoritarismo político y escasez económica, afectando la justicia social en América Latina.
Santo Domingo.– Habían transcurrido los diez años posteriores a los acontecimientos de 1965 en la República Dominicana, y en el Instituto Tecnológico de Santo Domingo (INTEC) empezaban a ofrecerse diplomados en distintas áreas de las ciencias sociales.
El INTEC, pocos lo saben después de medio siglo, comenzó prácticamente en el patio del Colegio De la Salle de la avenida Simón Bolívar de la ciudad de Santo Domingo.
No exagero realmente: los Hermanos Lasallistas permitían utilizar alguna que otra aula en la parte trasera del segundo edificio.
Pero ya para los años 1976–1977, el INTEC estaba instalado donde se encuentra actualmente, en la avenida de Los Próceres, en el lugar donde estuvo la Casa Campestre del hermano de Rafael Trujillo, Héctor Bienvenido Trujillo.
En esa casa también funcionó la Jefatura de Estado Mayor del Ejército Nacional y he escuchado versiones de que fue uno de los lugares fundamentales donde se desarrolló la conspiración del 24 de abril de 1965.
El tema que quiero tratar, sin embargo, está vinculado a mis estudios de economía.
Fue en ese lugar donde, hacia 1977, un sociólogo y economista argentino, profundo conocedor del marxismo, nos abrió la mente para comprender la realidad del sistema económico en el llamado mundo comunista.
Siempre he agradecido al profesor Carlos Vilas, quien en ese diplomado del INTEC sobre “Sistemas Económicos Comparados” nos permitió conocer el estancamiento y las vicisitudes que existían tanto en el bloque socialista como en Cuba dentro de lo que hoy denomino, con plena convicción, el Falso Comunismo.
FALSO COMUNISMO
Con el profesor Vilas en el INTEC comprobamos que el comunismo que marcó buena parte del siglo XX no fue la realización histórica de una utopía de justicia, sino la consolidación de un sistema fallido en lo económico, autoritario en lo político y empobrecedor en lo humano.
Fue, en sentido estricto, un falso comunismo: una experiencia que traicionó tanto sus promesas originales como la complejidad real del ser humano.
En los textos de Karl Marx, la historia aparece dominada casi exclusivamente por las relaciones materiales de producción. La religión, la moral y la tradición espiritual son tratadas como subproductos del sistema económico, obstáculos a superar o simples ilusiones consoladoras.
Esta lectura no solo empobreció el análisis histórico; empobreció la comprensión del ser humano. El hombre no es únicamente un estómago que alimentar ni una fuerza de trabajo que organizar. Es también conciencia, memoria, esperanza, culpa y trascendencia.
El comunismo real convirtió esa simplificación antropológica en política de Estado.
La negación de Dios dejó de ser una posición filosófica para transformarse en ateísmo obligatorio. Iglesias perseguidas, creyentes humillados y símbolos religiosos expulsados del espacio público.
El Partido ocupó el lugar de la fe, y el líder sustituyó a la conciencia. El resultado no fue la liberación del individuo, sino su administración total.
En lo económico, el error fue igualmente profundo. El sistema se estructuró como una economía de comando y control, concebida para situaciones excepcionales: guerra civil, invasión extranjera y reconstrucción acelerada.
Este fracaso no fue una sorpresa. Economistas socialistas de alto nivel lo advirtieron con claridad.
Un autor que nos sugirió el profesor Vilas y lo estudiamos fue el polaco marxista Oskar Lange, quien en sus libros que compré en el economato de la UASD explica que los precios no eran una concesión ideológica al capitalismo, sino un mecanismo de información indispensable para asignar recursos.
Sin señales de precios, la planificación se vuelve ciega.
Charles Bettelheim fue más lejos y señaló el problema político: la planificación central creaba una nueva clase dominante, la burocracia, con intereses propios y desconectados del trabajador.
Ambos fueron ignorados. Los burócratas vencieron a los economistas.
Así, el comunismo real produjo escasez crónica, baja productividad, innovación limitada y corrupción estructural.
La igualdad proclamada convivió con privilegios ocultos; el mercado negro fue más real que el mercado oficial. No se abolió la explotación: se trasladó. El obrero dejó de depender del capitalista para depender del funcionario.
Mientras tanto aquí los partidos de izquierda no estudiaban esos temas. Solo en el PLD de Juan Bosch el mismo Líder y algunos dirigentes intuían que algo no andaba bien en el campo socialista, y el PLD nunca por eso se proclamó ni marxista, ni comunista, ni socialista.
En América Latina, el rótulo comunista fue utilizado con frecuencia como coartada ideológica. Lejos de generar sociedades más justas, justificó autoritarismos, economías improductivas y nuevas dependencias externas.
Se imitó el modelo soviético sin haber ganado ninguna guerra, sin haber reconstruido nada y sin haber comprendido su fracaso original.
El caso ruso posterior al colapso soviético ofrece una lección adicional. Vladimir Putin, formado íntegramente en la cultura comunista y en el ateísmo de Estado, entendió algo que el sistema negó durante décadas: la religión no es un residuo del pasado, sino un pilar civilizatorio.
Tras setenta años de persecución, la fe ortodoxa reapareció como memoria, identidad y lenguaje moral compartido.
El comunismo no la extinguió; la confirmó por contraste. El Estado puede organizar la economía y garantizar el orden, pero no puede sustituir el sentido último de la existencia.
China, por su parte, corrigió el error económico sin corregir del todo el político. Abandonó la economía de guerra permanente, aceptó mercados, precios e incentivos y permitió que la productividad guiara el desarrollo.
No fue una conversión ideológica; fue pragmatismo histórico. La Unión Soviética no dio ese paso y pagó el precio.
En última instancia, el comunismo fue falso porque negó dimensiones esenciales de la realidad humana.
Fue falso en la economía, al confundir planificación estratégica con microcontrol absoluto.
Fue falso en la política, al sustituir pluralismo por partido único.
Y fue falso en la antropología, al creer que la justicia material bastaba para redimir al ser humano.
Ningún sistema que ignore la libertad, la conciencia y la trascendencia puede sostener una sociedad justa.
El comunismo histórico no fracasó solo por errores técnicos; fracasó porque no entendió al hombre.
Y la historia, al final, no juzga por consignas, sino por resultados.