Leonel Fernández en 1999 anticipó el ingreso del país al mundo de la revolución tecnológica
Silicon Valley complementó la agenda con un modelo de innovación privada que influye en la economía digital actual.
Actualizado: 19 de Diciembre, 2025, 09:10 AM
Publicado: 18 de Diciembre, 2025, 07:58 AM
Victor Manuel Grimaldi Céspedes.
Santo Domingo.– La Inteligencia Artificial domina hoy el debate global como si se tratara de una irrupción súbita e inevitable. Sin embargo, como toda gran transformación histórica, su emergencia es el resultado de procesos largos, decisiones acumuladas y visiones estratégicas que, en algunos casos, se adelantaron a su tiempo.
Comprender la IA contemporánea exige, por tanto, mirar atrás y reconocer los momentos en que ciertos Estados y liderazgos intuyeron que el futuro del poder, la economía y la soberanía estaría profundamente ligado a la tecnología avanzada.
En 1999, durante el primer período presidencial de Leonel Fernández (1996–2000), tuve la oportunidad de acompañar al Presidente en una visita oficial a Taiwán, seguida de una agenda de trabajo en Silicon Valley.
En aquel momento, la Inteligencia Artificial no ocupaba titulares ni despertaba la fascinación actual, pero ya era evidente que el núcleo del desarrollo tecnológico mundial se estaba desplazando hacia sectores intensivos en conocimiento, electrónica avanzada y redes globales de innovación.
La visita a Taiwán tuvo un carácter estratégico. La República Dominicana mantenía entonces relaciones diplomáticas plenas con Taipéi, y el encuentro con el presidente taiwanés Lee Teng-hui simbolizó una voluntad clara de fortalecer la cooperación económica y tecnológica.
Conservo con gratitud un jarrón de la suerte que recibí como regalo del presidente de Taiwan.
Taiwán en 1999 ya despuntaba como un actor industrial altamente sofisticado, con una capacidad manufacturera y tecnológica que lo diferenciaba del resto de Asia. Aunque todavía no se hablaba abiertamente de semiconductores como recurso crítico global, su papel en la cadena de valor tecnológica comenzaba a consolidarse.
Recorrer empresas e instituciones tecnológicas taiwanesas permitió constatar una realidad que hoy resulta evidente: el desarrollo tecnológico no es improvisado ni espontáneo, sino el resultado de políticas de Estado sostenidas, inversión en educación técnica y una estrecha articulación entre sector público, industria y academia.
Taiwán no apostó a la especulación financiera, sino a la construcción paciente de capacidades industriales estratégicas.
La agenda posterior en Silicon Valley completó ese diagnóstico. Allí se hizo visible que el poder tecnológico del futuro no residiría exclusivamente en los Estados, sino en ecosistemas híbridos donde convergen universidades, capital de riesgo, empresas privadas y decisiones políticas.
Silicon Valley aparecía ya como un laboratorio de innovación permanente, capaz de transformar avances técnicos en plataformas globales con impacto económico y cultural planetario.
El contraste entre Taiwán y Silicon Valley fue revelador. Mientras el primero mostraba la fuerza de una estrategia nacional coherente orientada a la manufactura avanzada, el segundo exhibía el dinamismo de la innovación privada apoyada por un entorno institucional favorable.
Ambos modelos, distintos pero complementarios, anticipaban el mundo que hoy conocemos: una economía global dependiente de chips, software, datos y talento altamente especializado.
Aquel viaje no quedó en el terreno de la observación. A su regreso, el Gobierno dominicano tomó una decisión concreta que marcaría un hito en la política tecnológica nacional: la creación del Instituto Tecnológico de las Américas (ITLA).
El ITLA fue concebido como un espacio de formación avanzada, orientado a preparar capital humano en áreas tecnológicas estratégicas.
La creación del ITLA respondió a una intuición fundamental: ningún país puede aspirar a desarrollo sostenible ni a soberanía en la era digital sin invertir de manera sistemática en educación tecnológica especializada.
Aunque la Inteligencia Artificial aún no era tema de debate público, se sentaron entonces las bases humanas e institucionales que hoy resultan indispensables para participar en la economía digital.
Visto desde el presente, ese episodio adquiere un valor histórico singular. Taiwán, visitado en 1999 como socio tecnológico emergente, se ha convertido en el punto neurálgico sin el cual la Inteligencia Artificial global no puede funcionar.
Silicon Valley, observado entonces como centro de innovación, es hoy uno de los espacios donde se decide el rumbo de la IA, del poder corporativo y de la relación entre tecnología y democracia.
Este antecedente confirma una idea central: la Inteligencia Artificial no es solo un fenómeno técnico, sino una estructura de poder construida a lo largo del tiempo.
Las decisiones diplomáticas, las alianzas estratégicas y la creación de instituciones como el ITLA forman parte de ese proceso.
Allí donde hubo visión de Estado, quedaron huellas duraderas. Allí donde no la hubo, la dependencia tecnológica es hoy mucho más profunda.
La lección es clara. La IA no plantea únicamente un desafío tecnológico; plantea un desafío de gobernanza, soberanía y madurez civilizatoria.
Y como demuestra la experiencia de 1999, anticipar el futuro no es un acto de adivinación, sino de comprensión histórica y voluntad política.


