Cómo y por qué llegué a ser embajador
Los nombramientos diplomáticos incluyeron misiones ante la OEA, la Santa Sede y el Reino de Suecia.
Actualizado: 19 de Diciembre, 2025, 09:48 AM
Publicado: 19 de Diciembre, 2025, 09:43 AM
Santo Domingo.– En el fondo, mi incorporación al servicio diplomático dominicano fue una idea que se fue gestando a lo largo de décadas y que tuvo como protagonistas a dos figuras mayores de la historia política nacional: Joaquín Balaguer y Juan Bosch. Esa idea, madurada en distintos momentos y contextos, fue reconocida y concretada posteriormente por los gobiernos de Leonel Fernández, Hipólito Mejía y Danilo Medina.
Cronología de nombramientos y apoyos políticos
Balaguer me ofreció, sin que yo lo solicitara, en 1977, incorporarme como embajador adscrito a la Cancillería. La propuesta fue transmitida a través del entonces Secretario de Estado de Relaciones Exteriores, Milo Jiménez. Años más tarde, Juan Bosch me diría personalmente, en una frase que nunca olvidé: "Vas a ser mi embajador en Washington" (1989).
Con Leonel Fernández, llegó el Decreto de nombramiento ante la OEA en 1996; con Hipólito Mejía, la reiteración del ofrecimiento en 2002; con Leonel Fernández nuevamente, los destinos ante la Santa Sede, Grecia y la Orden de Malta en 2009; y con Danilo Medina, la ratificación en el servicio exterior en 2016 y luego mi designación como Embajador ante el Reino de Suecia en 2020, ya dentro de la Carrera Especial Diplomática.
Sin embargo, nada de eso estuvo en mis planes juveniles. Nunca imaginé ser diplomático ni embajador, pese a que recibí una formación básica y profunda en usos, normas y cultura diplomática por dos vías fundamentales.
La primera fue el periodismo. El periodismo formal de antes —riguroso, respetuoso de los protocolos y de la palabra— comparte con la diplomacia un mismo espíritu: saber tratar a las personas, a las instituciones y a los Estados, crear puentes de comunicación y preservar el respeto aun en el disenso. Desde mis inicios profesionales, tratando con diplomáticos y cubriendo asuntos internacionales, fui absorbiendo de manera natural ese código de conducta.
La segunda vía fue intelectual y académica. Desde 1969, al ingresar al Instituto Dominicano de Periodismo, recibí cátedra de figuras de primer nivel, varios de ellos diplomáticos de carrera.
Entre ellos, Joaquín Salazar, firmante de mi título; el Dr. Salvador Pittaluga Nivar, luego embajador adscrito a la Cancillería; Carlos Federico Pérez y Pérez, ex Canciller dominicano; y la profesora Nelly Biaggi, especialista en organismos internacionales. Aquella formación fue decisiva, aunque entonces no la asociaba con una carrera diplomática futura.
Experiencia en Washington y su impacto en la carrera diplomática
El punto de inflexión ocurrió en septiembre de 1977, cuando el periódico La Noticia me envió a Washington, D.C., a cubrir la histórica reunión de jefes de Estado de las Américas en la sede de la OEA, donde se firmaron los Tratados Torrijos–Carter, que devolvieron el Canal de Panamá a la soberanía panameña. Aquel viaje, lleno de obstáculos y gestiones políticas —incluida la intervención directa de Juan Bosch a través de Domingo Mariotti y Ramón Font-Bernard— me permitió acceder a espacios excepcionales: la OEA, la Casa Blanca y el pool de prensa que cubrió la entrevista privada entre Jimmy Carter y Joaquín Balaguer.
Fui testigo directo del respeto con que el presidente Carter trató a Balaguer, incluso guiándolo físicamente por su ceguera. Grabé sus palabras elogiosas sobre la transición democrática dominicana, palabras que luego fueron distorsionadas en la República Dominicana por una temprana y burda forma de fake news. La grabación original permitió aclarar el incidente y dejó constancia de lo ocurrido.
Ese comportamiento profesional y respetuoso fue valorado. Días después, el Canciller Ramón Emilio Jiménez Reyes me informó que el Presidente Balaguer había dispuesto mi nombramiento como Embajador adscrito a la Cancillería, encargado de la Oficina de Prensa. Rechacé entonces el cargo por razones políticas y de coherencia partidaria, tras consultar con Juan Bosch.
La historia volvió a tocar la puerta en 1989, cuando Bosch, hojeando la segunda edición de El Diario Secreto de la Intervención Norteamericana de 1965, me dijo con firmeza que yo debía ser embajador en Washington para acceder, como representante oficial, a los documentos estadounidenses que probaban su derrocamiento. Aquella visión estratégica de Bosch quedó sembrada.
Finalmente, en 1996, Leonel Fernández me designó Embajador Representante Permanente ante la OEA, nombramiento confirmado por el Senado. Años más tarde, en 2009, me confió la misión ante la Santa Sede, con concurrencias ante la Orden de Malta y Grecia.
En 2020, ya incorporado formalmente a la Carrera Especial Diplomática, fui designado Embajador ante el Reino de Suecia.
Así fue mi recorrido. No producto de ambición personal, sino de una trayectoria profesional, intelectual y ética reconocida por líderes de corrientes políticas distintas, unidos por una convicción común: que el servicio exterior debe ejercerse con dignidad, preparación y sentido histórico.
Esa es, en síntesis, la historia de cómo y por qué llegué a ser embajador.


